Como cada año, uno de los migrantes más llamativos durante la primera etapa de la migración postnupcial es la bonita collalba gris Oenanthe oenanthe. Pequeños grupos de este ave tan conspicua, que suele moverse por el suelo o en posaderos prominentes, se observan casi a diario a lo largo y ancho de la rasa costera asturiana. Alguna de las que he podido fotografiar esta temporada son las que ilustran esta entrada, en las localidades de Nieva, Verdicio y Peroño.
Estos grupos parecen en bastantes casos llegar a la costa en pleno día. Es frecuente que si nos acercamos a una localidad de parada a primera hora de la mañana no veamos ninguna, pero si regresamos al mediodía detectemos varios ejemplares moviéndose de un lado a otro. Esto ocurre porque la collalba gris es un migrante nocturno, que aprovecha la noche para viajar y el día para alimentarse y reponer fuerzas. Esta es una estrategia lógica y más en una especie de zonas abiertas.
Se sabe por clásicos estudios sobre migración que la collalba gris utiliza en su migración una estrategia de cortos vuelos y frecuentes paradas. Así, para minimizar su gasto energético, las collalbas vuelan por el periodo de una noche, y al llegar el día se detienen en el primer enclave favorable que observan. En estas paradas migratorias son capaces de generar nuevas reservas de combustible de forma inmediata, de forma que al terminar el mismo día de su parada son capaces de afrontar otra nueva noche de viaje.
Sólo para superar grandes barreras, como por ejemplo el desierto del Sáhara o las franjas de océano, las collalbas se detienen más tiempo para acumular mayores reservas de grasa. Esta estrategia de cortas paradas y saltos frecuentes es la que siguen en su viaje las poblaciones de Europa Occidental, Islandia y Groenlandia que se detienen por aquí en esta época, viajes que pueden superar los 7.000 km de longitud hasta llegar al oeste de África, su meta final.
¿Y cómo saben las collalbas que han llegado a su meta final, que el viaje para ellas ha terminado? Esto se ha descubierto midiendo la denominada "inquietud migratoria", el impulso que sienten las aves de iniciar el vuelo al llegar la noche. En diversos estudios se ha comprobado que esta inquietud migratoria es mayor conforme avanza el año y más al norte se encuentran. Este impulso migratorio está regulado por el campo magnético terrestre, de forma que sólo cesa una vez que dicho campo magnético coincide con el de su área de invernada. Así, en su acervo genético las aves tienen grabadas dos características del campo magnético terrestre: su dirección, que les indica la ruta que deben seguir, y su intensidad, que les dice cuando es tiempo de viajar y cuando de detenerse por fin.
Para saber algo más:
Delingat J., Dierschke V., Schmaljohann H., Mendel B. & Bairlein F.
2006. Daily stopovers as optimal migration strategy in a long-distance
migrating passerine: the Northern Wheatear Oenanthe oenanthe. Ardea
94(3): 593–605.
Bulte M, Heyers D, Mouritsen H, Bairlein F. 2017 Geomagnetic information modulates nocturnal migratory restlessness but not fueling in a long distance migratory songbird. J Avian Biol 48(1): 75-82; DOI: 10.1111/jav.01285.
Muy interesante, "aprendiendo".
ResponderEliminarMuy interesante
ResponderEliminarMuchas gracias a ambos
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