domingo, 13 de octubre de 2019

La dispersión del cetia ruiseñor

El cetia ruiseñor, también llamado ruiseñor bastardo Cettia cetti, es uno de nuestros pájaros más complicados de observar, aunque no es escaso. Este hecho se debe a sus costumbres, dado que habita en las zonas de vegetación más bajas y próximas a las orillas de ríos y arroyos, asomando muy pocas veces y bastante brevemente al descubierto. Eso sí, en contraste resulta muy fácil detectar su presencia gracias a su reclamo, uno de los más inconfundibles entre las aves. Con la llegada del otoño se registran ejemplares en enclaves no habituales, incluso en la propia campiña. El que traigo hoy a la entrada pude fotografiarlo de forma fugaz en los canales de Maqua, donde no anida.


¿De dónde pueden proceder estos ejemplares? Si echamos un vistazo a su área de distribución se puede apreciar una clara dicotomía, ya que las poblaciones orientales son migradoras mientras que las occidentales son básicamente sedentarias.


Es casi imposible que estos ejemplares otoñales vengan de su área de distribución oriental. Lo que parece más probable es que en el seno de nuestras poblaciones de cetia ruiseñor se produce una suerte de dispersión otoñal, como manifiestan ciertos estudios. Así, existen individuos que abandonan lo que fue su área de cría y buscan nuevos emplazamientos para sobrevivir al invierno, en un movimiento de corto radio que no supone una verdadera migración. Estos estudios determinan también que hay una segregación sexual en estos movimientos, que protagonizan sobre todo las hembras.


Desde el punto de vista evolutivo, estas dispersiones tienen mucha lógica. Como comenté, el cetia ruiseñor habita las zonas más próximas al curso del río, áreas que se inundan a partir de la llegada de las lluvias otoñales y donde resulta imposible la supervivencia.

Para saber más:

Balança G. & Schaub M. 2005. Post-breeding migration ecology of Reed Acrocephalus scirpaceus, Moustached A. melanopogon and Cetti’s Warblers Cettia cetti at a Mediterranean stopover site. Ardea 93(2): 245–257.

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