Las preciosas y populares mariagarcías, como así se conoce en Gozón a la lavandera blanca Motacilla alba, ya lucen su plumaje nupcial, caracterizado en los machos por unas notables manchas negras en la garganta y la parte superior del pecho, a modo de babero, y en la nuca. Aún no han comenzado la cría, pero pronto lo harán, ya metidos en el mes de abril.
La lavandera blanca es un ejemplo perfecto de cómo cambian los comportamientos de muchas aves en la época de reproducción frente al resto del año. Durante la cría es una especie muy territorial, defendiendo de forma agresiva el entorno del nido frente a sus congéneres. Por contra, fuera de este periodo resulta ser una especie muy sociable, soportando perfectamente la presencia de otros ejemplares a su alrededor.
Las explicaciones a estos cambios de comportamiento presentan, como ocurre casi siempre, una explicación evolutiva. La familia de los motacílidos, a la que pertenece la lavandera blanca y otras especies comunes como los bisbitas, no presenta hábitos coloniales como sí lo hacen otras aves ligadas a medios humanizados como los gorriones o los hirundínidos (aviones y golondrinas) y su modelo de cría es territorial, aunque en algunos casos las parejas formen pequeñas agrupaciones.
Sin embargo, una vez terminada la reproducción, las lavanderas blancas se agrupan en pequeños bandos en las zonas de alimentación, e incluso forman grandes dormideros, de los mayores conocidos en nuestras latitudes. Este hecho aumenta sus posibilidades de supervivencia, ya que hace más fácil por ejemplo la detección de posibles depredadores. Por eso fuera de la época de cría reprime el comportamiento territorial, y no resulta difícil detectar varios machos juntos y conviviendo, como estos que observé esta semana en el pantano de La Granda. Dentro de unos días esta convivencia será ya imposible.
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